diumenge, 31 de gener del 2010

Narcis Oller por Gemma Palomeras

Gemma Palomeras Exercici Narcis Oller

dissabte, 23 de gener del 2010

Rimas & leyendas Gemma P.M

dijous, 21 de gener del 2010

Actividades Quijote -Angie Piccini

Trabajo de Rimas y Leyendas-Por Angie Piccini

dijous, 14 de gener del 2010

1. Si vuestro grupo es de 4-5 personas: mapa conceptual sobre las obras de Cervantes. Si vuestro grupo es de 2-3 personas: mapa conceptual sólo del apartado sobre el Quijote.

2. En este ejercicio os tenéis que repartir la realización de los diversos comentarios de texto del libro. Comentario de texto pág. 98-99. (1 persona); comentario pág. 100-101 (1 persona); comentario pág. 102-103, nº 2, 3, 5, 6, 7, 8, 9, 11, 12, 13 (2 personas). Si el grupo es de 5 personas hay que añadir el de la página 94.

3. Navega y recopila información

http://cvc.cervantes.es/quijote2005/default.htm ( Aquí encontrarás imágenes, el Quijote en la publicidad, en el cine, en la música, etc)

Has de redactar un texto con la información que te ha parecido interesante, acompañada de documentos gráficos. Intenta que tenga coherencia y no sea una suma de datos inconexos.

Puedes buscar información en otras páginas, pero has de añadir el enlace.

Fecha presentación: 22 enero

dimarts, 12 de gener del 2010

Rimas y Leyendas por Marta Gadea

Rima XI

—Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión
,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
—No es a ti: no.

—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro:
puedo brindarte dichas sin fin.
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
—No: no es a ti.

—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz.
Soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
—¡Oh ven; ven tú!

Análisis de la Rima
1-Anhela (tener ansia o desear) a una mujer imposible, anhela una mujer de un sueño, algo que nunca podrá tener ya que solo existe en su cabeza.
Esto se puede relacionar con el ideal de romanticismo, porque los románticos cuando veían el mundo real, que no era nada romántico, se metían en sus mundos y en sus ideas, era un refugio para ellos, y esta mujer solo existe en su cabeza.
2- Los rasgos típicos de Bécquer están marcados en verde en la rima.



Rima LII

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!

Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!

Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas, arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!


Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!

Análisis de la Rima
1- Tiene 16 versos repartidos en cuatro versos de cuatro estrofas cada una. Los tres primeros versos son endecasílabos y el último verso es heptasílabo.
2- El tipo de naturaleza que aparece en la rima es el mar y el cielo. Pero tal y como lo representa es una naturaleza agresiva que no aparece el sitio ideal de los románticos. También aparece una naturaleza destructora, que en ese caso es destructora de la vida de Bécquer.
3- El sentimiento de este poema es de angustia a estar solo cuando este enfermo o este muriendo y también tiene un sentimiento de muerte ya que esta pidiendo que se lo lleven al cielo.




Leyenda

Los ojos verdes

Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con este título.
Hoy, que se me ha presentado ocasión, lo he puesto con letras grandes en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado a capricho volar la pluma.
Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado en esta leyenda. No sé si en sueños, pero yo los he visto. De seguro no los podré describir tales cuales ellos eran, luminosos, transparentes, como las gotas de la lluvia que se resbalan sobre las hojas de los árboles después de una tempestad de verano. De todos modos, cuento con la imaginación de mis lectores para hacerme comprender en este que pudiéramos llamar boceto de un cuadro que pintaré algún día.

- I -
-Herido va el ciervo..., herido va; no hay duda. Se ve el rastro de la sangre entre las zarzas del monte, y al saltar uno de esos lentiscos han flaqueado sus piernas... Nuestro joven señor comienza por donde otros acaban... En cuarenta años de montero no he visto mejor golpe... Pero, ¡por San Saturio, patrón de Soria!, cortadle el paso por esas carrascas, azuzad los perros, soplad en esas trompas hasta echar los hígados y hundidles a los corceles una cuarta de hierro en los ijares; ¿no veis que se dirige hacia la fuente de los Álamos, y si la salva antes de morir podemos darle por perdido?
Las cuencas del Moncayo repitieron de eco en eco el bramido de las trompas, el latir de la jauría desencadenada, y las voces de los pajes resonaron con nueva furia, y el confuso tropel de hombres, caballos y perros se dirigió al punto que Iñigo, el montero mayor de los marqueses de Almenar, señalara como el más a propósito para cortarle el paso a la res.
Pero todo fue inútil. Cuando el más ágil de los lebreles llegó a las carrascas jadeantes y cubiertas las fauces de espuma, ya el ciervo, rápido como una saeta, las había salvado de un solo brinco, perdiéndose entre los matorrales de una trocha que conducía a la fuente.
-¡Alto!... ¡Alto todo el mundo! -gritó Iñigo entonces-. Estaba de Dios que había de marcharse.
Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las trompas, y los lebreles, refunfuñando, dejaron la pista a la voz de los cazadores.
En aquel momento se reunía a la comitiva el héroe de la fiesta, Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar.
-¿Qué haces? -exclamó, dirigiéndose a su montero, y en tanto, ya se pintaba el asombro en sus facciones, ya ardía la cólera en sus ojos-. ¿Qué haces, imbécil? ¡Es que la pieza está herida, que es la primera que cae por mi mano, y abandonas el rastro y la dejas perder para que vaya a morir en el fondo del bosque! ¿Crees acaso que he venido a matar ciervos para festines de lobos?
-Señor -murmuró Iñigo entre dientes-, es imposible pasar de este punto.
-¡Imposible! ¿Y por qué?
-Porque esa trocha -prosiguió el montero- conduce a la fuente de los Álamos; la fuente de los Álamos, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. El que osa enturbiar su corriente paga caro su atrevimiento. Ya la res habrá salvado sus márgenes; ¿cómo la salvaréis vos sin atraer sobre vuestra cabeza alguna calamidad horrible? Los cazadores somos reyes del Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Pieza que se refugia en esa fuente misteriosa, pieza perdida.
-¡Pieza perdida! Primero perderé yo el señorío de mis padres, y primero perderé el ánima en manos de Satanás que permitir que se me escape ese ciervo, el único que ha herido mi venablo, la primicia de mis excursiones de cazador... ¿Lo ves?... ¿Lo ves?... Aún se distingue a intervalos desde aquí..., las piernas le fallan, su carrera se acorta; déjame..., déjame...; suelta esa brida o te revuelco en el polvo... ¿Quién sabe si no le daré lugar para que llegue a la fuente? Y si llegase, al diablo ella, su limpidez y sus habitadores. ¡Sus! ¡Relámpago! ¡Sus, caballo mío! Si lo alcanzas, mando engarzar los diamantes de mi joyel en tu serreta de oro.
Caballo y jinete partieron como un huracán.
Iñigo los siguió con la vista hasta que se perdieron en la maleza; después volvió los ojos en derredor suyo; todos, como él, permanecieron inmóviles y consternados.
El montero exclamó al fin:
-Señores, vosotros lo habéis visto, me he expuesto a morir entre los pies de su caballo por detenerle. Yo he cumplido con mi deber. Con el diablo no sirven valentías. Hasta aquí llega el montero con su ballesta; de aquí adelante, que pruebe a pasar el capellán con su hisopo.


- II -
-Tenéis la color quebrada; andáis mustio y sombrío; ¿qué os sucede? Desde el día, que yo siempre tendré por funesto, en que llegasteis a la fuente de los Álamos en pos de la res herida, diríase que una mala bruja os ha encanijado con sus hechizos.
Ya no vais a los montes precedidos de la ruidosa jauría, ni el clamor de vuestras trompas despierta sus ecos. Solo con esas cavilaciones que os persiguen, todas las mañanas tomáis la ballesta para enderezaros en la espesura y permanecer en ella hasta que el sol se esconde. Y cuando la noche oscurece y volvéis pálido y fatigado al castillo en balde busco en la bandolera los despojos de la caza. ¿Qué os ocupa tan largas horas lejos de los que más os quieren?
Mientras Iñigo hablaba, Fernando, absorto en sus ideas, sacaba maquinalmente astillas de su escaño de ébano con el cuchillo de monte.
Después de un largo silencio, que sólo interrumpía el chirrido de la hoja al resbalarse sobre la pulimentada madera, el joven exclamó dirigiéndose a su servidor, como si no hubiera escuchado una sola de sus palabras:
-Iñigo, tú que eres viejo; tú que conoces todas las guaridas del Moncayo, que has vivido en sus faldas persiguiendo a las fieras y en tus errantes excursiones de cazador subiste más de una vez a su cumbre, dime: ¿has encontrado por acaso una mujer que vive entre sus rocas?
-¡Una mujer! -exclamó el montero con asombro y mirándole de hito en hito.
-Sí -dijo el joven-; es una cosa extraña lo que me sucede, muy extraña... Creí poder guardar ese secreto eternamente, pero no es ya posible; rebosa en mi corazón y asoma a mi semblante. Voy, pues, a revelártelo... Tú me ayudarás a desvanecer el misterio que envuelve a esa criatura, que, al parecer, sólo para mí existe, pues nadie la conoce, ni la ha visto, ni puede darme razón de ella.
El montero, sin desplegar los labios, arrastró su banquillo hasta colocarle junto al escaño de su señor, del que no apartaba un punto los espantados ojos. Éste, después de coordinar sus ideas, prosiguió así:
-Desde el día en que, a pesar de tus funestas predicciones, llegué a la fuente de los Álamos y, atravesando sus aguas, recobré el ciervo que vuestra superstición hubiera dejado huir, se llenó mi alma del deseo de la soledad.
Tú no conoces aquel sitio. Mira, la fuente brota escondida en el seno de una peña y cae resbalándose gota a gota por entre las verdes y flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su cuna. Aquellas gotas, que al desprenderse brillan como puntos de oro y suenan como las notas de un instrumento, se reúnen entre los céspedes, y, susurrando, susurrando, con un ruido semejante al de las abejas que zumban en torno de las flores, se alejan por entre las arenas, y forman un cauce, y luchan con los obstáculos que se oponen a su camino, y se repliegan sobre sí mismas, y saltan, y huyen, y corren, unas veces con risa, otras con suspiros, hasta caer en un lago. En el lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos, palabras, nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor cuando me he sentado solo y febril sobre el peñasco a cuyos pies saltan las aguas de la fuente misteriosa para estancarse en una balsa profunda, cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la tarde.
Todo es allí grande. La soledad con sus mil rumores desconocidos vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu en su inefable melancolía. En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del agua parecen que nos hablan los invisibles espíritus de la Naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre.
Cuando, al despuntar la mañana, me veías tomar la ballesta y dirigirme al monte, no era nunca para perderme entre sus matorrales en pos de la caza, no; iba a sentarme al borde de la fuente, a buscar en sus ondas... no sé qué, ¡una locura! El día en que salté sobre ella con mi Relámpago creí haber visto brillar en su fondo una cosa extraña..., muy extraña...: los ojos de una mujer.
Tal vez sería un rayo de sol que serpeó fugitivo entre su espuma; tal vez una de esas flores que flotan entre las algas de su seno, y cuyos cálices parecen esmeraldas..., no sé; yo creí ver una mirada que se clavó en la mía; una mirada que encendió en mi pecho un deseo absurdo, irrealizable: el de encontrar una persona con unos ojos como aquellos.
En su busca fui un día y otro a aquel sitio.
Por último, una tarde... yo me creí juguete de un sueño...; pero no, es verdad; la he hablado ya muchas veces, como te hablo a ti ahora...; una tarde encontré sentada en mi puesto, y vestida con unas ropas que llegaban hasta las aguas y flotaban sobre su haz, una mujer hermosa sobre toda ponderación. Sus cabellos eran como el oro; sus pestañas brillaban como hilos de luz, y entre las pestañas volteaban inquietas unas pupilas que yo había visto..., sí, porque los ojos de aquella mujer eran de un color imposible; unos ojos...
-¡Verdes! -exclamó Iñigo con un acento de profundo terror, e incorporándose de un salto en su asiento.
Fernando le miró a su vez como asombrado de que concluyese lo que iba a decir, y le preguntó con una mezcla de ansiedad y de alegría:
-¿La conoces?
-¡Oh no! -dijo el montero-. ¡Líbreme Dios de conocerla! Pero mis padres, al prohibirme llegar hasta esos lugares, me dijeron mil veces que el espíritu, trasgo, demonio o mujer que habita en sus aguas, tiene los ojos de ese color. Yo os conjuro, por lo que más améis en la tierra, a no volver a la fuente de los Álamos. Un día u otro os alcanzará su venganza, y expiaréis muriendo el delito de haber encenagado sus ondas.
-¡Por lo que más amo!... -murmuró el joven con una triste sonrisa.
-Sí -prosiguió el anciano-: por vuestros padres, por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el cielo destina para vuestra esposa, por las de un servidor que os ha visto nacer...
-¿Sabes tú lo que más amo en este mundo? ¿Sabes tú por qué daría yo el amor de mi padre, los besos de la que me dio la vida, y todo el cariño que puedan atesorar todas las mujeres de la tierra? Por una mirada, por una sola mirada de esos ojos... ¡Cómo podré yo dejar de buscarlos!
Dijo Fernando estas palabras con tal acento, que la lágrima que temblaba en los párpados de Íñigo se resbaló silenciosa por su mejilla, mientras exclamó con acento sombrío:
-¡Cúmplase la voluntad del cielo!


- III -
-¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu patria? ¿En dónde habitas? Yo vengo un día y otro en tu busca, y ni veo el corcel que te trae a estos lugares, ni a los servidores que conducen tu litera. Rompe de una vez el misterioso velo en que te envuelves como en una noche profunda. Yo te amo, y, noble o villana, seré tuyo, tuyo siempre...
El sol había traspuesto la cumbre del monte; las sombras bajaban a grandes pasos por su falda; la brisa gemía entre los álamos de la fuente, y la niebla, elevándose poco a poco de la superficie del lago, comenzaba a envolver las rocas de su margen.
Sobre una de estas rocas, sobre una que parecía próxima a desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba, temblando, el primogénito de Almenar, de rodillas a los pies de su misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia.
Ella era hermosa, hermosa y pálida como una estatua de alabastro. Uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo, como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias brillaban sus pupilas, como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro.
Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se removieron como para pronunciar algunas palabras; pero sólo exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre los juncos.
-¡No me respondes! -exclamó Fernando al ver burlada su esperanza- ¿Querrás que dé crédito a lo que de ti me han dicho? ¡Oh! No... Háblame; yo quiero saber si me amas; yo quiero saber si puedo amarte, si eres una mujer...
-O un demonio... ¿Y si lo fuese?
El joven vaciló un instante; un sudor frío corrió por sus miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con más intensidad en las de aquella mujer, y, fascinado por su brillo fosfórico, demente casi, exclamó en un arrebató de amor:
-Si lo fueses..., te amaría como te amo ahora, como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay algo más allá de ella.
-Fernando -dijo la hermosa entonces con una voz semejante a una música-, yo te amo más aún que tú me amas; yo que desciendo hasta un mortal, siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las que existen en la tierra; soy una mujer digna de ti, que eres superior a los demás hombres. Yo vivo en el fondo de estas aguas; incorpórea como ellas, fugaz y transparente, hablo con sus rumores y ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; antes le premio con mi amor, como a un mortal superior a las supersticiones del vulgo, como a un amante capaz de comprender mi cariño extraño y misterioso.
Mientras ella hablaba así, el joven, absorto en la contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuente desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca. La mujer de los ojos verdes prosiguió así:
-¿Ves, ves el límpido fondo de ese lago, ves esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?... Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y corales... y yo... te daré una felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado en tus horas de delirio, y que no puede ofrecerte nadie... Ven; la niebla del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de lino...; las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles; el viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven..., ven...
La noche empezaba a extender sus sombras; la luna rielaba en la superficie del lago; la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas... Ven..., ven... Estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando como un conjuro. Ven... Y la mujer misteriosa le llamaba al borde del abismo, donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso..., un beso...
Fernando dio un paso hacia ella...; otro..., y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve..., y vaciló..., y perdió pie, y calló al agua con un rumor sordo y lúgubre.
Las aguas saltaron en chispas de luz y se cerraron sobre su cuerpo, y sus círculos de plata fueron ensanchándose, ensanchándose hasta expirar en las orillas.


Resumen


Fernando y su tropa estaban cazando en el monte. Vieron a lo lejos un ciervo y empezaron a dispararle. El ciervo quedó mal herido y se adentró en un bosque donde nadie se atrevía a entrar, porque una leyenda decía que había un espíritu maligno. Fernando y su tropa se detuvieron y Fernando se fue a buscar al ciervo que habían disparado sin hacer caso de lo que decía Iñigo, que era un vasallo.

Fernando des de el día que se fue a la fuente de los Alamos, siempre estaba ausenta, se despertaba temprano y se iba a la fuente. Cuando estaba mirando el agua, vio unos ojos verdes, en lo que no paro de pensar. Durante mucho tiempo, iba yendo a la fuente, hasta que un día vio sentada en una roca una mujer que tenia los ojos verdes. Esos ojos verdes son los que vio cuando observaba el agua.
Él hablaba con ella cuando la veía, pero la mujer no hablaba, menos una vez que él dijo: “Te quiero”. Cuando Fernando le dijo esto, la hermosa mujer, le contó que vivía en la fuente y que no era ningún espíritu maligno y que ella también le quería.

Se dieron un beso y Fernando cayó en las profundidades.





Fábula de Acteón


De Autónoe y Aristeo nació un hijo, Acteón, que criado por Quirón e instruido en la caza, fue luego, más tarde, devorado en el Citerón por sus propios perros. Y murió de esta manera, según dice Acusilao, porque Zeus se encolerizó al pretender aquél a Sémele, pero según la mayoría, porque vio a Artemis desnuda bañándose; dicen también que la diosa transformó el aspecto de Acteón en ciervo y volvió rabiosos a los cincuenta que lo acompañaban, los cuales lo devoraron sin reconocerlo. Una vez muerto Acteón, los perros se pusieron a buscar a su amo aullando fuertemente y buscando llegaron a la cueva de Quirón, que había hecho una estatua de Acteón para calmar la tristeza de los perros.
En Las metamorfosis de Ovidio la trágica historia de Acteón se sitúa, casi al comienzo del libro IV, entre las múltiples consecuencias que trajo consigo el rapto de la ninfa Europa, que llevó a cabo Júpiter disfrazado de hermoso toro blanco, hecho que motivó la ira vengativa de su esposa Juno.
En este encadenamiento de sucesos se encuentra la historia de Cadmo, hermano de Europa (ambos son hijos del rey Agenor de Tiro). Cadmo se ve obligado a abandonar su patria por orden de su padre hasta que no encuentre a su hermana. En su peregrinación, llena de terribles aventuras, como la lucha con un enorme dragón, de cuyos dientes, sembrados, nacerán hombres, consigue fundar la ciudad de Tebas y casarse con la hermosa Harmonía, hija de Venus y de Marte. Esta unión tuvo felices comienzos, pero Juno no podía soportar la felicidad de la pareja y su familia, compuesta por cuatro hijas: Ino, Ágave, Autónoe y Sémele.
Juno no olvida que Cadmo es hermano de Europa, su competidora en el amor de Júpiter, así que su venganza alcanza a todos los miembros de esta estirpe. Acteón, que es nieto de Cadmo, hijo de Autónoe, muere despedazado por sus propios perros. Sémele cae víctima de los rayos de Júpiter, con quien había mantenido relaciones amorosas y del que esperaba un hijo; Penteo, hijo de Ágave, fue despedazado por las bacantes; Ino enloquece y se precipita en el mar. El propio Cadmo tiene que ver cómo el pueblo se levanta contra él, así que abandona Tebas en unión de su esposa Harmonía y ambos se refugian en lo más apartado de la Iliria, donde los dioses, a los que habían rogado pusieran fin a sus desdichas, los convierten en serpientes.
La desgracia de Acteón, dice Ovidio, es la primera causa de dolor para el abuelo Cadmo. La acción tiene lugar en un monte, donde ha tenido lugar un buen día de caza, de manera que el joven Acteón ordena a los monteros quitar las redes. En un frondoso valle, llamado Gargafia, consagrado a Diana, hay una cueva natural, cercana a una fuente cristalina que desemboca en una pequeña laguna. En ella la diosa de los bosques solía bañarse para descansar de los rigores de la caza. Cuando llega la diosa entrega a una de las ninfas sus armas, otra la despoja del manto, dos le quitan las sandalias, una más le recoge el cabello, las restantes le preparan el baño. Y mientras la diosa se baña he aquí que aparece Acteón. Las ninfas, desnudas, gritan y rodean a Diana para ocultarla con sus cuerpos, pero ésta sobresale por encima de ellas con todo el cuello.
La diosa enrojece de ira, y si tuviera sus flechas a mano hubiera castigado al atrevido, pero sólo dispone de agua y le lanza el líquido elemento a la cara mientras le dice que ahora podrá contar que la ha visto sin ropa. Esto provoca la metamorfosis de Acteón en ciervo: en su cabeza brotan cuernos, el cuello se alarga, sus orejas se ponen de punta, las manos y los pies se transforman en patas y todo el cuerpo se cubre de piel moteada. A ello añade el temor, que fuerza a huir al hijo de Autónoe, sin que pueda decir ni siquiera: «¡Ay, desgraciado de mí!», sino que sólo lanzó un gemido y las lágrimas corrieron por su rostro ya cambiado.
El joven ciervo no sabe lo que hacer y mientras vacila los perros ventean su presa. Se mencionan todos y cada uno de los perros de Acteón, que son más de treinta. La jauría persigue al desgraciado, que quisiera gritar que es el dueño y ser reconocido, pero las palabras le faltan a su deseo. Así que progresivamente todos los perros van haciendo presa en el ciervo, que gime y llena los collados con sus quejas, y tiene los pies apoyados en las rodillas como si estuviera rogando por su vida. Pero los compañeros instigan más aún a la jauría mientras buscan con los ojos a Acteón y gritan su nombre al viento, lamentando que no esté presente en la consecución de este trofeo. Por su parte, el joven cazador también desearía no estar presente y en la situación que se encuentra, atacado y comido por sus propios perros, bajo la apariencia de un ciervo. La cólera de Diana no se sació hasta que termina la vida del cazador a consecuencia de las abundantes heridas producidas por sus propios perros.


Relación entre la leyenda y la fábula


Esta fabula y la leyenda tiene en común varias cosas.
Lo primero, es que el protagonista es un hombre que va a cazar a un ciervo. Hay un bosque encantado y hay una mujer de la cual se enamoran.
Los dos protagonistas, uno acaba en las profundidades del agua y el otro acaba muriendo mordido por los perros.
En los dos aparece un ciervo.


Esta leyenda y esta fábula esta marcada por dos mujeres. La de la leyenda, se enamora cuando el protagonista le dice: “Te quiero”. La de la fábula, porque el protagonista entra en el bosque y ve a una mujer que esta rodeada, pero él la ve desnuda y ella se enfada ya que el hombre le había visto desnuda. Mordido y atacado por los perros muere.




Relación entre la leyenda “Los ojos verdes” y la “Rima XIV”.


Rima XIV

Te vi un punto, y flotando ante mis ojos
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha oscura orlada en fuego
que flota y ciega si se mira al sol.

Adondequiera que la vista clavo
torno a ver sus pupilas llamear,
mas no te encuentro a ti; que es tu mirada
unos ojos, los tuyos; nada más.

De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos fantásticos lucir.
Cuando duermo los siento que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí.

Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer;
yo me siento arrastrado por tus ojos,
pero a dónde me arrastran no lo sé.



Relación

En la rima y en la leyenda hablan de unos ojos que están en el agua y que de los ojos se enamoran.

Los ojos no se les olvidan y que lo recuerdan siempre.

Como estos ojos son tan bonitos y se han enamorado, los desean ver y se sienten arrastrados hacía esos ojos que se han enamorado.



El concepto de amor

Bécquer destaca por sus poesías líricas. Las Rimas es su obra poética y destacan por su brevedad.
Bécquer pertenece al movimiento cultural del romanticismo, donde se exaltan los sentimientos personales.
Son varios los temas que giran alrededor del sentimiento: el amor, la tristeza, la soledad, el pesimismo, la rebeldía, los anhelos…

La poesía de Bécquer era de temática románica.
Se trata de una poesía subjetiva expresada con un estilo sin excesos retóricos, que busca la perfección formal a través de la sencillez.
En las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, el tema que trata es sobretodo el del amor.

Bécquer encuentra que todo su misterio está encarnado por la mujer, por su lado oscuro y que no se puede explicar con palabras que provoca gran atracción. Para Bécquer la mujer y la poesía tienen la misma raíz.

Entonces el amor erótico, es una parte de energía que misteriosamente todo lo gobierna y lo rige, un centro de irresistible atracción. Para Bécquer casi todo lo que lo está envolviendo gira alrededor de la mujer y de sus amores donde su gran devoción por la mujer se ve reflejada en pequeños detalles como sus ojos y sus pupilas.

Generalmente en las rimas de Bécquer, predominan cualidades de grandeza y belleza de la mujer. Pero en sus Rimas de amor también podemos encontrar desesperación y fracaso de un amor perdido.
En muchas rimas la causa del fracaso amoroso es la incompatibilidad entre el amor y el orgullo de ambos y a veces hay incluso recriminaciones sobre la figura de la mujer.

El amor del autor sufre de una evolución, se puede decir que el amor en las rimas de Bécquer empieza con un amor esperanzado y de ilusión y poco a poco va transcurriendo su nivel de felicidad y alegría pasando por el amor sobre el desengaño hasta llegar a las rimas dónde la muerte le invade.

En las primeras rimas, el amor se nos muestra como algo palpable en el ambiente, en algo que nace de la mirada y más tarde da paso a un amor esperanzado que evoca momentos de felicidad.
También se nos muestra un amor perdido, que acaba en sentimientos como el fracaso, el desengaño y la desesperación.

diumenge, 10 de gener del 2010

Lazarillo de Tormes (Tratado I-III)

TRADADO PRIMERO

En el tratado primero Lázaro de Tormes explica la historia de su infancia. Su sobrenombre se lo pusieron por el lugar donde nació, el río Tormes. Tomé González, su padre, fue acusado de robo y lo obligaron a servir a un caballero en contra de los moros. En una expedición su padre perdió la vida.
Lázaro y su madre se fueron a vivir a la ciudad. Ella hacia las labores de cocinar a los estudiantes y lavar la ropa a los mozos de caballos del comendador de la Magdalena. Ella comenzó a tener relaciones con un mozo , y Lázaro aceptó la relación entre ellos porque notó que él traía mejor comida a la casa. Luego, nació el hermano por parte de madre de Lázaro, pero la felicidad les duró muy poco, porque el mozo fue capturado y azotado por robar. En un mesón , su madre conoce a un ciego, al que le pareció que Lázaro le serviría como guía.

TRATADO TERCERO

3. ¿Cómo se manifiestan en este capítulo los recuerdos del ciego y del cura?
El hambre provoca en Lázaro ese recuerdo a sus antiguos amos, ya que con ellos si recibía algo de comer.
4. El hidalgo es paupérrimo pero no pierde su digna apariencia. Explica un episodio que lo demuestre.




El ciego con su astucia le enseñó a Lázaro lo difícil que era la vida. El amo, muy avaro, apenas daba de comer a Lázaro.
Finalmente Lázaro se cansa de vivir con el ciego y lo engañó para que se diera contra un palo para poder salir.